1.2.06

Buen artículo de Albert Cuesta en La Vanguardia. Tiene razón, los geeks ya lo sabíamos.

"Alta fidelidad ¿a qué?

La música se graba cada vez mejor, pero se escucha cada vez peor. Y los televisores nuevos no aguantan la comparación con los antiguos. ¿Qué nos está pasando?

Desde que existen los equipos de reproducción sonora para uso doméstico, la categoría superior ha estado reservada para la denominada HiFi (por High Fidelity, o alta fidelidad). Se suponía que un equipo de HiFi proporcionaba la mayor aproximación posible a la experiencia real, entendiendo como tal la interpretación musical en directo. Pero de unos años a esta parte, la etiqueta en cuestión se ha visto tan devaluada que ha surgido otra categoría, la alta fidelidad de excepción, a la que se acogen los pocos fabricantes y establecimientos que continúan aspirando a que el sonido grabado se parezca algo al original. Según parece, una especie en peligro de extinción, máxime cuando entre ellos se han introducido espabilados que ofrecen sistemas de lo más esotérico a precios reservados para esnobs.

Los estudios de grabación modernos están equipados con las tecnologías más avanzadas para recoger y registrar hasta el menor detalle de la reproducción sonora. Y sin embargo, los consumidores escuchan la música cada vez peor: la cadena musical de un hogar promedio tiene ahora muchas más lucecitas que hace 15 o 20 años, pero suena bastante peor que las que se podían adquirir entonces. Pero es que, además, el lugar de audición habitual se ha desplazado (ver artículo relacionado al margen) pocos usuarios escuchan actualmente su música preferida desde el sofá, con una cadena de sonido propiamente dicha; la mayoría lo hacen a través de unos auriculares de botón conectados a un reproductor portátil de MP3, o bien con unos minialtavoces de sobremesa conectados a un ordenador personal.

Y cualquier parecido de ese sonido con la realidad es pura coincidencia: las leyes de la física impiden que un altavoz de pequeñas dimensiones suene lo bastante alto y ofrezca al mismo tiempo unos sonidos graves razonablemente profundos. El tamaño, el rendimiento y la respuesta en baja frecuencia son los tres vértices de un triángulo equilátero, de modo que cuando se tira de dos de ellos, el tercero sufre las consecuencias.

El problema es que, como cualquier otra cadena, las de sonido no resisten más que su eslabón más débil, e históricamente ese papel ha correspondido a los altavoces. Ya sea por motivos decorativo/conyugales ('no se te ocurra meter esos cajones en el salón'), industriales (los altavoces grandes cuestan más de transportar, aunque dentro de ellos hay principalmente aire) o comerciales (siempre ha sido más sencillo vender los componentes electrónicos, con especificaciones sobre el papel, que los electroacústicos, cuya calidad se percibe necesariamente de forma subjetiva), en la compra de un equipo de sonido siempre se ha concedido menos importancia a los altavoces, cuando se trata del componente que más influye en el resultado sonoro final. En cambio, en miles de hogares hay un ecualizador cuyo precio hubiera estado infinitamente mejor empleado dedicándolo a adquirir unos altavoces de mayor calidad.

Cierto, existen sistemas que aseguran lograr unos resultados acústicos aceptables mediante conjuntos de altavoces pequeños para los sonidos agudos y medios y una sola caja de mayor tamaño para los graves, pero se trata de aproximaciones. Lo último son los equipos de cine en casa, que ofrecen cinco, seis y hasta siete altavoces por menos de lo que antes costaba una pareja modesta de altavoces, y aún incluyen en el precio un reproductor de DVD. Ya se ve que algo tiene que fallar en el invento.

Lo sorprendente es que todo el mundo parece estar satisfecho con lo que escucha. Será que el concepto mismo de alta fidelidad lleva implícita la existencia de una referencia, aquéllo a lo que se pretende ser fiel, pero dicha referencia, el sonido original, es cada vez menos conocida. La mayoría de la música que suena en las emisoras, se vende en las tiendas y se descarga de la red no procede de instrumentos acústicos. En la mayoría de los recitales que interpretan los músicos, el sonido de sus instrumentos, aunque sean acústicos y no electrónicos, llega al espectador a través de una cadena de tratamiento electrónico y amplificación. De modo que son muchos los aficionados a la música que jamás han escuchado cómo suenan un piano, un violín, una flauta o una guitarra española de verdad, sino únicamente grabaciones de dichos instrumentos, reproducidas probablemente a través de equipos de fidelidad cada vez más dudosa. Tal vez les convendría escuchar alguna vez un piano o una voz sin amplificar, para darse cuenta de lo que se pierden.

Por lo que se ve
El panorama no es mejor en el campo de la imagen. Visite usted cualquier tienda de electrodomésticos bien surtida y comprobará que los televisores convencionales se exponen por separado de los modelos planos más recientes. No es precisamente por motivos estéticos, sino porque la comparación directa sería embarazosa: los televisores planos, ya sean de cristal líquido TFT o de plasma, adolecen de una persistencia de imagen que no se aprecia en el uso con un ordenador, pero que resulta muy molesta cuando se ven imágenes en movimiento, especialmente deportes. Y además, el contraste de las pantallas planas es muy inferior al de los televisores de tubo: el negro de antes es ahora más bien gris oscuro.

El motivo principal para sustituir un televisor de tubo por otro plano es la menor profundidad de éste, pero esta justificación, que no es poca dado el precio a que se ha puesto el metro cuadrado de vivienda, no debe confundirse con una supuesta mejora de calidad visual. La solución tecnológica está en camino, pero aún tardará en llegar y no será barata. Entretanto, le recomiendo que lo piense dos veces antes de deshacerse de su televisor actual.